Tus manos recorriendo mi cuerpo.
Tus labios dándome mordiscos.
El roce de tu barba de dos días en mi cuello.
Tu pecho pegado a mi espalda.
Tu cadera empujando contra mi.
Así te quiero siempre.
Así te sueño.
Así te deseo sin descanso.
Y entonces me despierto y soy consciente de lo que prometimos, distancia, ser solo conocidos.
Y me arrepiento del primer beso, del primer abrazo, de todas las primeras veces que hicieron que nos dejáramos llevar rompiendo los límites autoimpuestos.
Esos que nos arrastraron hasta destruirnos, y perder todo lo que nos hizo uno.
Un nosotros con otra historia, otro final, otro principio, en otro tiempo y espacio.
Un ójala, un y si...
Pero es un nunca al que acostumbrarse aunque duela.