Según avanzaba la conversación, según te oía hablar mi cuerpo reaccionaba, pero no como siempre.
Y ahí, me di cuenta.
Ya no reacionaba anhelándote no, era todo lo contrario.
Poco a poco perdí el hilo de tu monólogo.
Me fui dando cuenta de que ya no me interesaba tanto, ya no producías en mi ganas.
Pasaban los segundos, quizás un par de minutos máximo y sola me di cuenta que ya no había marcha atrás.
Aquello que antes me parecía interesante, ahora me parecía sin importancia.
Eso que pensé especial, estaba ya fuera de lugar.
Y así una tras otra, mientras charlábamos me di cuenta de cuánto te había idealizado y de lo poco que me gustaba ahora, que el desencanto ganaba espacio.
¡Qué pena!, pensé, podría haber sido algo bonito.
Y para no seguir haciendo la distancia entre la persona que quise y esa que no reconozco, corté lo más rápido que pude la conversación, con el convencimiento de que ya se me había caído la venda.
Pero no me disgustó mucho la sensación, la verdad.