Todo estaba confuso en su mente. Demasiadas pastillas, demasiado alcohol, demasiada horas durmiendo.
Tomarse bien las cosas nunca había su fuerte, y visto los resultados de esa mañana, seguía siendo una asignatura pendiente. Otra cosa más para trabajar con Patricia, su psicóloga, se le estaba acumulando el trabajo.
Cómo podía haberse ido tanto de las manos un simple miércoles. Parecía uno más, no es que le gustaran en exceso pero tenían su madrugón imprescindible para empezar un día en condiciones.
Oficina, café cargado y charla con los compañeros. Pero cuándo se disponía a sentarse en su mesa, pero Carlos el supervisor le dejo que tenía que pasar por su despacho. Ahí comenzó el caos.
Doce años se terminaban de la noche a la mañana sólo porque se preveía menos trabajo, esa fue la explicación. Se unió una buena indemnización que dejaba las puertas abiertas a dar alas a sus sueños, a empezar una nueva vida.
Que te despidan así de repente no es algo agradable pero ya estaba ilusionada con invertir en su nuevo proyecto.
Se despidió de sus compañeros aguantándose las lágrimas, dejaba allí una parte muy importante de su vida, pero según cerraba la puerta se dio cuenta que se sentía libre y llena de ganas de empezar algo nuevo.
Fue a casa dando un rodeo, paseando disfrutando de los primeros rayos de sol de la primavera que acababa de empezar.
Prepararía algo de comer y pensaría como explicarle a Manu que se había quedado sin trabajo.
No había mucho que decir pero las cosas cambiarían el viaje a Nueva York de este verano, ya no le parecía una buena idea.
Metió la llave en la cerradura y empujó la puerta pero pesaba más de lo normal, ¿qué había detrás?
- ¡Estás en casa! - dijo mientras veía a Manu con una bolsa en la mano y rodeado de maletas.
Manu la miro a la cara una décima de segundo, después agachó la cabeza y se fue cerrando la puerta tras él.
¿No podía haber sido un viernes cualquiera?