Aquellas cosas que decimos para afianzar nuestras afirmaciones, esas son las promesas que hacemos a la gente que algún momento no interesó.
Hay promesas vacías que sabes que no se van a cumplir, pero en el fondo sabes que son humo, pero gustan y no hacen daño.
Están las que deseas que se cumplan, pero que aunque tengan toda la intención necesitan que se alineen los planetas, es así. Y la intención se ve, se nota. Se intentó.
Las se verdad, las que implicarán que te impliques para que se cumplan en su totalidad y si no lo hacen, dar a conocer que casi fueron realizadas. Dan satisfacción por el esfuerzo, por la intención, por la importancia.
Y las mentiras. Si, son promesas que quien las dice solo tienen la intención de conseguir el momento, el lugar, el objeto, el imposible, pero que se hace con tal vehemencia que convence.
Está última solo sabrás que es, con el paso del tiempo, con el silencio, con el vacío, con la nada.
Son las intensas, esas que en el momento te llenan, te inspiran, te dan esperanza.
Cuantas veces más oímos, cuantas veces las creímos.
Solo si las nombráramos por su nombre, mentiras, dolerían bastante menos.
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