Una conversación trivial, simpática, pícara por momentos y de repente un... te echo de menos.
Y el tiempo se para, aunque consigo responder un ... yo también, camuflado entre dos frases vacías.
Si dejo que mi corazón responda nos perderemos.
Y seguimos como si nada.
Tu crees que yo le quité importancia y tu no eres consciente de que muero por sea verdad.
Y seguimos charlando, reimos, nos hacemos confidencias como siempre.
Nada ha cambiado ... aparentemente.
La despedida no es la de siempre tiene un punto más intenso, pero el justo, no nos vaya a comprometer.
Hacemos equilibrios imposibles.
Pero llega la noche y tú te preguntas por que dejaste a tus dedos escribir lo que el corazón te dictó sin filtros. ¿ Te pilló en horas bajas? o te dejaste llevar y en el fondo querías, necesitabas decirlo en alto.
Ya está hecho.
Yo tengo la frase grabada a fuego, aunque escrita, en mi cabeza la oigo con tu voz sin cesar.
Intento buscar la razón por la que no te contesté de verdad, evitando comprometernos, respetando nuestro pacto de distancia justa, y al mismo tiempo el corazón se me sale del pecho por la certeza de saber que es algo más.
Y así con el remordimiento, tu por decir de más, yo por decir de menos, nos quedamos dormidos pensando en un nosotros que no llegará.
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