Nunca fue una prioridad verdadera.
Ni algo que hubiera querido alguna vez.
Pero le conoció y ya.
No hay ninguna explicación.
Y de repente un día sentada, puso una mano en su tripa y cambió todo.
Ahora tenía una necesidad ajena, que notó como propia.
Cogió su mano y la puso su mano sobre la suya, juntas.
- Quiero tu sueño contigo.
Era lo único que podía decir y lo hubiera gritado al aire de haber tenido valor.
Pero el levantó la mano despacio, podría decir que con miedo o arrepentido o abrumado o quizás todo junto.
Habían cambiado sus prioridades hacia tiempo pero calló y ahora todo estallaba en su cara.
Por esperar, por no hablar, por no afrontar los cambios.
- No puedo. Ya no quiero.
Silencio, lágrimas, despedida y fin.
Porque cuándo no te comunicas estas cosas, pasan.
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