Me costó siempre mirar a los ojos.
Mi naturaleza tímida no me dejaba aguantar más de un segundo la mirada de nadie que no fuera mi padre cuando me echaba la bronca o mi hermano cuando nos contabamos nuestras cosas.
Pero la primera vez que me miraste, me quedé paralizada.
Con ganas, sorpresa, creo que hasta con cariño.
Y me flipó, nadie me había me mirado así.
Me enganché.
Cada puñetera vez que me mirabas, si me desnudaba, si cogía un botellín y bebía, si insinuaba, si sonreía provocándote.
Si estabas encima, si lo estaba yo si ... Da igual cómo estuviéramos.
Una locura.
Joder, ¿qué hago yo ahora sin esos ojos mirándome?