Pantalones cortos, largos, falda, vestidos, ropa interior; iba repitiendo mentalmente todas y cada una de la cosas de la lista minuciosamente elaborada para que nada se quedara fuera de la maleta.
Cuando era adolescente, en sus tiempos de teatro, la aborrecía pero ahora era muy útil, tal y como decía su padre.
Sus últimos meses estaban siendo difíciles para su atormentado cerebro. Tanta preocupación estaba haciendo estragos a su capacidad de concentración y de memoria, ésta había pasado a ser ahora las notas del móvil y su cuaderno azul, que llevaba a todas partes.
Ya no sabia si era puro despiste, evadirse de la responsabilidad de pensar o que, pero ella no era antes así, y lo peor de todo es ya no le molestaba, ni olvidar, ni apuntar.
Se había quitado un peso de encima, era más fácil consultar lo escrito que pensar en lo que había apuntado. Además así evitaba pensar.
Pensar en aquello que dolía y como no podía afrontarlo, había decidido dejarlo ahí, como si fuera a desaparecer solo. Ingenuidad en estado puro.
Desde entonces, solo iba y venia, a cualquier lugar de manera autómata, era tan fácil dejarse llevar. Así llevaba cinco largos meses.
Pero algo, hace unos días la hizo fijarse en un cartel cerca del trabajo que la llamó la atención lo suficiente para dedicar más de los 2 segundos habituales a leerlo lo que allí decía. Sentía eso era aquello a lo que agarrarse y salir, para volver a ser ella, deseando que funcionara de verdad.
Media hora después, tenía los billetes en su mail y estaba cerrando la maleta, era ahora o nunca.
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